1 Tesalonicenses 4 | La Vida que Agrada a Dios | Estudio Bíblico
En este episodio profundizamos en 1 Tesalonicenses capítulo 4, donde el apóstol Pablo nos enseña La Biblia no solo es un libro de doctrina; es una guía para la vida práctica. Y en 1 Tesalonicenses capítulo 4, el apóstol Pablo da un giro en su carta a los creyentes de Tesalónica para hablar justamente de eso: cómo debe ser la vida cotidiana de un cristiano que agrada a Dios.
En una conversación profunda entre Miguel Díez, Ramón Ubillos y Eduardo Zarazaga, se abordan los tres pilares que Pablo resalta en este pasaje: la santidad personal, el amor fraternal y el trabajo responsable. Este artículo recoge y desarrolla esas enseñanzas, tan actuales y necesarias en nuestros días.
1. Santificación: Más que una doctrina, un estilo de vida
Pablo empieza diciendo:
«La voluntad de Dios es vuestra santificación…» (1 Tesalonicenses 4:3)
Hoy, muchos creen que Jesús vino solo a salvarnos, pero como bien explicó Miguel Díez, la salvación es el comienzo, no el fin. El verdadero propósito de Dios es santificarnos, hacernos un pueblo santo, una iglesia sin mancha ni arruga.
En tiempos pasados, esta doctrina se predicaba con fuerza, pero hoy muchos pulpitos la han dejado de lado, reemplazándola por un evangelio de comodidad y bendiciones. Sin embargo, sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14), y quien desecha esta enseñanza no desecha a hombres, sino a Dios mismo (v. 8).
¿Qué implica vivir en santidad?
- Apartarse de la fornicación y vivir una sexualidad sana.
- Tener un matrimonio honroso, donde la relación no sea carnal ni egoísta, sino espiritual y basada en el respeto mutuo.
- Evitar el amor al dinero y toda forma de codicia.
Pablo habla de la necesidad de que cada uno sepa tener su esposa «en santidad y honor». Y esto incluye el trato digno, el cuidado emocional y espiritual del cónyuge, y una vida sexual ordenada, no dominada por la concupiscencia como hacen “los gentiles que no conocen a Dios”.
Miguel explicaba que hay matrimonios cristianos donde el sexo se ha pervertido: desde el uso de pornografía hasta prácticas deshonrosas. El llamado es claro: la intimidad en el matrimonio debe reflejar la comunión y el amor divino, no los deseos distorsionados del mundo.
2. Amor Fraternal: Una Iglesia sin Agravio ni Engaño
Pablo continúa diciendo:
«Que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano… el Señor es vengador de todo esto» (1 Tes. 4:6)
Este versículo golpea fuerte. Porque muchas veces, en las iglesias, nos escandalizamos con pecados sexuales, pero toleramos el agravio, el engaño, la división, la hipocresía… sin darnos cuenta de que también son inmundicia a los ojos de Dios.
La conversación entre los pastores tocó este tema con honestidad: en muchas congregaciones hay guerras frías entre familias que llevan décadas sin hablarse, creyentes que estafan o defraudan a sus hermanos, y pastores que no corrigen por miedo a perder influencia o diezmos.
¿Qué es agraviar y qué es engañar?
- Agraviar es cargar, herir, ofender, dañar a otro consciente o inconscientemente.
- Engañar es ocultar, manipular, aparentar lo que no es, mentir o actuar con hipocresía.
Ramón Ubillos recordó que la cruz tiene dos brazos: uno vertical (comunión con Dios) y otro horizontal (comunión con el prójimo). Y lo que hacemos con nuestros hermanos, Dios lo toma como hecho a Él mismo (Mateo 25:40).
“Si tú engañas a tu hermano, le estás metiendo el dedo a Dios en el ojo” — dijo gráficamente.
La unidad del cuerpo de Cristo no puede sostenerse donde hay rencor, mentira o aprovechamiento. Por eso Pablo dice que el amor fraternal debe abundar «más y más». No solo debe estar presente, sino crecer continuamente.
3. Trabajo: Un Testimonio Vivo al Mundo
Pablo termina este pasaje con una exhortación a vivir en tranquilidad, ocuparse de los propios asuntos y trabajar con las manos.
«A fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada» (1 Tes. 4:12)
Este es un llamado contracultural. Hoy vivimos en un mundo que glorifica el ocio, los subsidios eternos, el no esforzarse. Muchos jóvenes —y no tan jóvenes— buscan vivir sin trabajar, y algunos incluso lo justifican con argumentos espirituales: “Cristo viene pronto, ¿para qué trabajar?”
Pero la Escritura es clara: el que no trabaja, que no coma (2 Tes. 3:10).
Trabajar honra a Dios
El trabajo no es una maldición. Es parte del diseño original de Dios. Jesús mismo dijo:
«Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo también trabajo» (Juan 5:17)
Miguel Díez hablaba del peligro de los “señoritos del evangelio”: personas que quieren ser evangelistas o pastores para no trabajar, que viven del esfuerzo ajeno, que comen el pan de balde. Eso no agrada a Dios.
Un pastor o siervo que trabaja en la obra a tiempo completo es digno de apoyo si de verdad se entrega al ministerio, pero no como excusa para la comodidad. El lema de los primeros cristianos era claro: “Ora et labora” — Ora y trabaja.
Conclusión: ¿Estoy Viviendo una Vida que Agrada a Dios?
Este pasaje de 1 Tesalonicenses 4 es como un espejo. Nos invita a examinarnos.
- ¿Estoy viviendo en santidad? ¿Cómo está mi vida en lo secreto?
- ¿Estoy honrando a mi familia, a mi cónyuge? ¿Mi relación matrimonial refleja el amor de Dios?
- ¿Estoy agraviando o engañando a mis hermanos en Cristo? ¿Me he reconciliado con quien ofendí?
- ¿Trabajo con fidelidad? ¿Doy testimonio de honradez en mi vida diaria?
Este es el tipo de vida que Dios desea: una vida santa, transparente, trabajadora y amorosa. No es algo imposible, porque el mismo Espíritu Santo que nos llama, nos capacita.
“Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.” (1 Tes. 4:8)