El Aliento de Dios: La Gran Comisión y el Poder del Espíritu Santo // Daniel Del Vecchio
La Paz de Cristo en Medio del Temor
Cuando Jesús se apareció a sus discípulos tras la resurrección, les saludó con las palabras: “Paz a vosotros” (Juan 20:19). No eran simples palabras, sino declaraciones llenas de poder que transformaron a los discípulos, llenos de miedo, en hombres de fe y convicción. La palabra de Dios tiene el poder de producir en nosotros aquello que proclama, y cuando Cristo dice “paz”, esa paz se manifiesta en nuestro interior.
Jesús no solo los tranquilizó, sino que les mostró sus manos y su costado como prueba de su sacrificio. “Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:20). Esta imagen nos recuerda que nuestra fe se basa en el sacrificio real de Cristo y su victoria sobre la muerte.
La Visión del Cordero Inmolado
Después de pronunciar la paz, Jesús mostró a sus discípulos sus manos y su costado herido. Esta imagen es central para todo creyente: debemos recordar constantemente el sacrificio de Cristo en la cruz. “Porque fuisteis comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20). Seguir a Cristo significa entender que su camino está marcado por el sufrimiento, y que también nosotros podemos enfrentar heridas visibles e invisibles en nuestra jornada de fe.
Cada vez que celebramos la Santa Cena, recordamos este sacrificio. “Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26). No podemos olvidar que seguimos a un Cristo con llagas, y que nuestra senda no siempre será fácil.
La Gran Comisión: Ser Enviados con Autoridad
Jesús no solo trajo paz, sino que también envió a sus discípulos con una misión: “Como el Padre me ha enviado, así también yo os envío” (Juan 20:21). La misma autoridad que recibió del Padre, ahora es dada a sus seguidores para predicar el evangelio a toda criatura. “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). No somos simples mensajeros, sino representantes de Cristo en la tierra.
La Gran Comisión nos llama a hacer discípulos, no solo creyentes. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Ser discípulo implica obediencia, entrega y compromiso con la obra del Señor.
El Poder del Espíritu Santo
Cuando Jesús sopló sobre los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22), les impartió su propio aliento divino. Aunque el Espíritu Santo aún no había descendido en Pentecostés, en ese momento recibieron el Espíritu de Cristo y fueron regenerados. Sin embargo, recibir la autoridad de Dios no es suficiente; necesitamos la unción para ejercerla con poder.
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). El Espíritu Santo nos capacita para ser testigos eficaces de Cristo, transformando nuestra debilidad en fortaleza.
Convicción y Valentía: El Verdadero Discípulo de Cristo
Los discípulos que antes temblaban de miedo, tras recibir el aliento de Cristo, fueron transformados en hombres valientes que no temían arriesgar sus vidas por el evangelio. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Un verdadero discípulo no es un vagabundo espiritual sin rumbo, sino alguien con un propósito claro, dispuesto a entregar su vida por Cristo.
El apóstol Pablo es un ejemplo de este compromiso. “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). Nuestra vida debe estar al servicio del Reino.
La Prueba del Compromiso
El ministerio del evangelio ha estado siempre marcado por el sacrificio. Daniel Del Vecchio narra testimonios de misioneros que lo dejaron todo, incluso sus vidas, por la causa de Cristo. “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12:25). Hoy en día, seguimos llamados a ese mismo compromiso, a predicar sin temor y con la certeza de que Dios nos respalda.
Conclusión: Recibiendo el Soplo de Dios
El llamado es claro: recibir el soplo divino, la paz de Cristo, y salir a predicar con valentía. “Y él me dijo: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). No hay lugar para el miedo ni para el compromiso a medias. La bandera del evangelio es nuestra mayor herencia y debemos levantarla con honor.
Que Dios nos llene con su Espíritu, nos dé una visión renovada de sus heridas y nos impulse a cumplir con la Gran Comisión con gozo y valentía.
Oremos: Padre Santo, gracias por el soplo divino y por darnos una nueva fe. Llena nuestros corazones con tu Espíritu y ayúdanos a recordar siempre el precio de nuestra salvación. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24). En el nombre de Jesús. Amén.