La división: una estrategia del enemigo para debilitar la Iglesia // Daniel Del Vecchio
En nuestros tiempos, estamos viendo un aumento del espíritu de iniquidad, un espíritu sin ley que no solo afecta a la sociedad y la política, sino también a la Iglesia.
Daniel Del Vecchio nos advierte sobre cómo la altivez y el orgullo generan divisiones dentro del pueblo de Dios, debilitando la obra del Señor. Pero la Palabra nos da las claves para vencer y humillarnos delante de Dios.
La altivez y el orgullo: el origen de la división
La Escritura nos advierte sobre el peligro de tener un concepto elevado de nosotros mismos.
«Digo, pues, por la gracia que me ha sido dada a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (Romanos 12:3).
El orgullo lleva a la rebelión contra la autoridad establecida por Dios, lo cual es una característica del espíritu de Lucifer.
«Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu» (Proverbios 16:18).
Un hombre con altivez puede destruir años de trabajo y sacrificio en la obra de Dios. La sumisión a la autoridad espiritual no es una opción, sino una protección.
Dios ha establecido un orden en la Iglesia
Dios ha puesto diferentes ministerios con niveles de autoridad en la Iglesia para su edificación y perfeccionamiento.
«Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Efesios 4:11-12).
Estos ministerios no son un sistema humano, sino un diseño divino para llevar a la Iglesia a la madurez. San Pablo también habla del orden establecido por Dios en la Iglesia:
«Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas» (1 Corintios 12:28).
Cuando no respetamos este orden, permitimos que un espíritu de anarquía se infiltre en la Iglesia, debilitándola y causando críticas y divisiones.
La importancia de la obediencia y la humildad
La sumisión a la autoridad establecida por Dios no es esclavitud, sino una clave para la bendición y el crecimiento espiritual. En Hechos 8, vemos cómo Felipe, a pesar de ser usado poderosamente por Dios, se mantuvo bajo la autoridad de los apóstoles en Jerusalén.
«Los apóstoles que estaban en Jerusalén, al oír que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo» (Hechos 8:14-15).
Cuando cada uno hace lo que le da la gana, se introduce un espíritu de sin ley que está preparando el camino para el anticristo. Debemos someternos a la Palabra de Dios, al Espíritu Santo y a la autoridad que él ha puesto.
La prueba del fuego: la motivación del corazón
No es solo lo que hacemos en la obra de Dios, sino la motivación con la que lo hacemos.
«Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada, y la obra de cada uno, cual sea, el fuego la probará» (1 Corintios 3:12-13).
Nuestra obra será probada, y solo lo que fue hecho con una motivación correcta y en obediencia a Dios permanecerá.
Conclusión
La Iglesia de Cristo no es una democracia ni una dictadura, sino un cuerpo con un orden divino. La sumisión a la autoridad establecida por Dios no es una carga, sino una protección contra el espíritu de división y anarquía que el enemigo quiere infiltrar.
Debemos humillarnos ante Dios, obedecer su Palabra y permitir que el Espíritu Santo nos perfeccione. Solo así podremos ser una Iglesia fuerte y madura, capaz de resistir en los tiempos finales.
El grupo de las Iglesias Cristianas Evangélicas Apostólicas en España, fue fundado bajo el apostolado de Daniel Del Vecchio en 1964.